Creo firmemente, y así lo defiendo en los foros a los que tengo acceso, que todas las víctimas -todas- tienen derecho a la verdad, la justicia y la reparación. Y frente a quienes defienden que es mejor “no remover” historias pasadas, mientras haya una sola víctima que desee saber la verdad, yo estaré a su lado para que el olvido o la desmemoria no le impidan el ejercicio o disfrute de ese derecho. Por eso considero fundamental remover en la Historia, como han hecho investigadores como Jose Mari Jimeno Jurío o Fernando Mikelarena, por citar dos ejemplos, con las víctimas de la insurrección militar del 36 en Navarra. Porque sólo conociendo la verdad -toda la verdad o lo que más se parezca a ella- se puede lograr justicia y reparación.
Entendiendo que víctimas son todas las personas que han sufrido, directa o indirectamente, los efectos de violencia injusta o ilegítima y sus consecuencias, parto del reconocimiento del recurso a una violencia justa y legítima cuando es ejercida por las instituciones de las comunidades fundadas por la libre voluntad de la ciudadanía, dentro de un manejo adecuado y proporcionado, y que además pretende que sus efectos se dirijan a evitar que las condiciones de la convivencia social se degraden.
Rechazo y condeno, por tanto, la injusticia e ilegitimidad de esa violencia cuando se salta dichos condicionantes, tal y como ocurre con la tortura, las detenciones masivas o el hostigamiento a la población. Injusta e ilegítima ha sido también la violencia ejercida por organizaciones surgidas al dictado del poder y con su amparo como el GAL, grupos parapoliciales y otros de extrema derecha. Injusta e ilegítima fue la violencia que desde el primer momento ejerció en nuestra tierra el franquismo. Y, last but not least, injusta e ilegítima ha sido toda la violencia cometida por ETA.
Lamentablemente, nuestra sociedad no ha actuado siempre de forma unánime respecto de las víctimas. Muchas de ellas han sentido y sienten que aquí hay víctimas de primera, de segunda y hasta de tercera. Algunas han logrado reconocimiento social de forma inmediata. A otras se les ha negado su condición de víctimas durante muchos años; a algunas aún hoy se les niega dicho reconocimiento. Y, sin embargo, todas ellas han sufrido el dolor y la pena más profundas, independientemente de quiénes o de dónde fueran, de su estatus social, profesión, nivel económico o ideología. Y mientras algunas lo han podido expresar públicamente, en voz alta y con gran repercusión mediática, otras sólo lo han podido hacer en el grupo de los más íntimos, casi en silencio.
Estoy convencido de que toda la sociedad desea la paz y la convivencia. Pero si de verdad las queremos, esta situación no debe persistir. Porque todas las víctimas son víctimas; iguales en su dolor, su pena y en la injusticia cometida para con ellas. No hay víctimas de unos y víctimas de otros. Todas son y deben ser nuestras.También quiero aclarar que, en mi opinión, se puede ser victimario y víctima a la vez. Estoy pensando, por ejemplo, en la militante de ETA (victimario) que es detenida y torturada (víctima), lo cual no quita ni un ápice de gravedad a su doble condición de victimario y de víctima al mismo tiempo.
Defiendo que el derecho al conocimiento de la verdad hace referencia a las víctimas, pero también a los victimarios o verdugos directos así como a los indirectos, esto es, a las personas en la cadena de mando en el diseño del ejercicio de todas esas violencias injustas e ilegítimas.
Asistí, con cierta prevención -debida seguramente a prejuicios que como muchos seres humanostengo- a una sesión de Parlamento abierto organizada por el Foro Social Hitzorduak: Construyendo la convivencia en Navarra a finales de octubre. Escuché con interés las intervenciones de las distintas víctimas que allí hablaron y sentí emocionado el ansia de reencuentro entre todas ellas. Me conmovieron especialmente la intervención de la concejal socialista de Altsasu Julia Cid, que reflejó de la manera más terriblemente humana la grave dimensión del problema, y la de Iñaki García Arrizabalaga, hijo de un asesinado por los comandos anticapitalistas, que ha hecho un viaje personal de una dimensión ética admirable sobre la violencia.
En el turno de preguntas, hice dos, por escrito, tal y como indicó la moderadora del acto. Ninguna de ellas mereció ser leída ni respondida. Es cierto que el acto se prolongó y que quizás no hubiera tiempo para que todas fueran contestadas. Por eso las saco hoy a la luz. Por eso y porque creo que suponen una invitación a la reflexión individual y colectiva sobre ese deseo de verdad, justicia y reparación que, al parecer, todos y todas sentimos.
La primera iba dirigida a la mesa desde la que hablaron las víctimas y decía más o menos así: Dado que el caso está a punto de prescribir judicialmente, y que seguramente quien ordenó el seguimiento y asesinato del padre de Iñaki García Arrizabalaga, quien le hizo el seguimiento, quien le secuestró, quien le asesinó, están vivos, ¿no podrían en aras de la verdad decirlo públicamente?
La segunda iba dirigida a todas las personas presentes en el Foro: ¿Podrían levantar la mano quienes en algún momento de su vida han gritado alguna vez ETA, mátalos?
Por supuesto, estas mismas preguntas sirven para todas las demás violencias injustas e ilegítimas; las más lejanas en el arco temporal de nuestra memoria y las más cercanas. Para todas. Y también las hago desde aquí para todos y cada uno de los casos aún no resueltos. Y es que, es cierto, estoy convencido, sin verdad no hay ni justicia ni reparación. Y sin ellas, no hay paz ni convivencia.
Koldo Martínez, miembro de Zabaltzen, portavoz parlamentario de Geroa Bai
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