Los recientes incidentes de Alsasua (Navarra) ocurridos en un ambiente festivo propio de unas ferias, a las 5 de la madrugada, dentro y fuera de un bar repleto de gente bebiendo, entre dos guardias civiles de paisano acompañados de sus parejas y un grupo de vecinos han sido, a mi juicio, motivo para una intoxicación informativa de intereses políticos que cuando menos llama la atención. No hubo encerrona ni linchamiento, como dice un director de la Guardia Civil, acusado de haber sido cadenero de Falange, sino una pelea de bar transformada de manera interesada en atentado político. No es la primera vez que esto sucede con eco mediático y desvergonzadas manipulaciones, aunque el protagonista no fuera uniformado.
El resultado es que un incidente confuso se convierte en motivo de enfrentamiento social y de bandería en el que participan de manera enconada ciudadanos de buena y de mala fe. De una parte, están los vecinos de Alsasua con su versión de los hechos y de otra está el Gobierno y sus medios de comunicación con la suya, apoyados de manera ferviente por su público, ya muy azuzado… Espero que la magistratura investigue a fondo los hechos y no dé por buenas a priori las versiones de los uniformados de paisano que participaron en una pelea de bar.
¿A quién creer? Pues me temo que ese es un asunto de conciencia y solo de conciencia, o de militancia política, de trinchera. Inoportunas y precipitadas han sido, a mi juicio, las manifestaciones de políticos de izquierdas, o del cambio suave, que han dado por buena la versión gubernamental, sin escuchar a la otra parte. Otro síntoma de que el ciudadano no es igual ante la ley, porque tan ciudadano soy yo como el uniformado. Quien ostenta la fuerza, no tiene por ello la razón con él, ni mucho menos el privilegio de la veracidad. Autoridad no puede ser equivalente a abuso y a trampa. Y creo que ninguna ley positiva ni moral puede obligarme a creer en su palabra, mientras el principio de buena fe esté viciado porque la suya es de mejor calidad que la mía y, puesta en juicio, a él le beneficie y a mí me perjudique. Se produce ahí un desequilibrio procesal que puede producir indefensión. Mientras dure este estado de cosas y mi palabra no valga ante un juez lo mismo que la suya, siento no poder creer en las versiones oficiales, salvo prueba fehaciente, por mucho que una agresión, como la que se denuncia, me repugne: a las actuaciones judiciales me remito.
No nos desunen los hechos, sino la noticia que se da de los mismos, su relato; no las informaciones, sino la manipulación de éstas en aras de una guerra de brujos permanente con objetivos de derribo del enemigo político y de afirmación partidista. Así las cosas, dudo mucho que lleguemos a saber con exactitud y certeza cómo se produjeron los hechos de Alsasua. La verdad viene viciada a origen, desde el momento en que la información se convierte en consigna política que busca el alboroto de la trinchera; y no es este el único caso, sino una constante ya muy arraigada, una forma de hacer política que se ha agudizado en los últimos años.
Unos hechos sociales desunen y otros ayuntan, unos enfrentan y otros arraciman e invitan a la convención. Estos de Alsasua, manipulados, están de manera bochornosa entre los primeros. Si la versión oficial es cierta, los hechos son execrables, de lo contrario, resulta repugnante.
Más grave aún es que el Gobierno y sus medios afines utilicen datos falsos para adornar el incidente y demostrar la perversidad de los “atacantes”, como es el que uno de los guardias civiles hubiese rescatado a expresos de ETA en un bloqueo invernal. Eso no es cierto. Eso es una patraña oficial desde el momento mismo en que se echó a rodar y fue de inmediato desmentida por los interesados, los excursionistas bloqueados por la nieve en un pueblo de la montaña navarra.
Para mí la que sale dañada es la credibilidad de las instituciones. Lo sucedido me hace desconfiar de la buena fe, no ya de los gobernantes, sino de los profesionales de la política que han intervenido en el rasgado de vestiduras y la petición de picota y descabello, olvidando que el origen del escandalazo es una pelea de bar y solo eso, sobre la que se pasa de puntillas. No importa, lo que cuenta es que la intoxicación informativa tenga el grado necesario para que la trinchera no se duerma.
Una cosa es detestar a la izquierda abertzale, otra verla en todas partes, y otra más faltar a la verdad de manera clamorosa con ayuda de una prensa afín, y de un público que pide lo que le dan de manera generosa para verse encendido, en pie de guerra.
¿Y qué pinta Covite en una pelea de bar? No lo sé, pero su amenaza de personarse como acusación particular en las actuaciones contra las dos personas detenidas y puestas en libertad, es para mí otro mal síntoma de un estado de cosa en el que andan ya muy dañadas la verdad, la convivencia y la seguridad jurídica.
Y algo todavía más grave, estoy seguro de que, así como el linchamiento mediático de los dos jóvenes detenidos, y de los vecinos de Alsasua que no lo han sido, hoy ocupa los titulares, de quedar mañana libres de cargos esto quedará silenciado, como los hechos mismos, si se demuestra que no han sucedido como el Gobierno y sus medios de comunicación dicen. Ese silencio tan habitual es para mí una prueba más del estado de descomposición social que vivimos.
Miguel Sánchez-Ostiz, en Cuarto Poder
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