Tramontana: dícese del viento frío y del norte que azota Cataluña y las islas Baleares algunas épocas al año. El presidente aragonés, el socialista Javier Lambán, ha ironizado esta semana al decir que su compañera de partido, la presidenta balear, Francina Armengol, sufría los efectos de la tramontana, que altera las mentes, por haber propuesto que, una vez se compruebe que Rajoy no puede formar una mayoría de gobierno, sea Pedro Sánchez el que intente una alternativa. Lambán y Armengol comparten una cosa. Ambos son presidentes gracias al apoyo de Podemos. En Aragón a ese mismo viento helado que llega desde los Pirineos se le llama cierzo.
La tramontana asusta a las gentes del sur, acostumbradas al clima seco y a la brisa suave. Despeja los cielos de nubes y ejerce un cierto efecto purificador. Es un fenómeno de la naturaleza convertido en un mito literario, con sus partidarios y sus detractores. Para algunos induce a la depresión. Otros, sin embargo, sienten hacia él una ancestral admiración y creen que lleva a la lucidez y al ingenio. Ese viento sopló ayer con fuerza sobre el comité federal del PSOE. Se detecta también tramontana desde sus bases, donde la tesis de que el candidato busque una mayoría alternativa tiene un respaldo creciente; en contra, en pie de combate, toda la "vieja guardia" con algunos de los barones como fiel infantería para marcar a Pedro Sánchez el terreno de juego y, de paso, limitarle su margen de maniobra. Nada nuevo bajo el sol. El socialismo español tiene un serio problema. Rajoy también lo tiene, y no es menor. No sólo si logrará o no la investidura. Sino como y con quién va a gobernar. Necesita aliados y no los tiene.
El PSOE está tumbado en el diván con un conflicto existencial. Forzar unas terceras elecciones sería su suicidio, pero cualquier pacto con el PP firmaría también su sentencia de muerte en la izquierda social, con el aliento de Podemos en la nuca. Las dos salidas tienen enormes riesgos. Es cierto que sus resultados el 26-J son los peores desde el inicio de la Transición, con solo 85 escaños, pero también lo es que el panorama político ha cambiado radicalmente en España, con nuevas fuerzas y que el PSOE tiene una potente competencia a su izquierda que le supera en muchas comunidades y en las ciudades. Una razón que la dirección de Podemos concluye como causa de su revés electoral es su falta de agresividad hacia el PSOE en la última campaña.
Es verdad que los socialistas han evitado el "sorpasso" y se mantienen como fuerza hegemónica de la izquierda. Pero es un liderazgo más relativo que real y obliga al PSOE a repensar a largo plazo su apuesta para afianzarse como alternativa creíble. Se trata de reconstruir una mayoría social, de rehacer conexiones con los más jóvenes, de recomponer la credibilidad perdida, y eso va a costar mucho tiempo porque el destrozo ha sido grande.
Hay ejemplos elocuentes bien cercanos. En Grecia, el Pasok ha terminado por ser marginal después de gobernar con la derecha en aras al supuesto interés nacional que tantas veces se utiliza como coartada para perpetuar otros intereses menos generales. Claro que Syriza tampoco se ha librado de la crisis. En Francia resulta muy gráfico el suicidio en directo del Partido Socialista Francés, abierto en canal por el polémico proyecto de reforma laboral. En el Reino Unido, el Partido Laborista sigue en bancarrota, con sus votantes divididos en torno al "Brexit". Blair, el padre de la "tercera vía", ha terminado como un personaje envilecido por las mentiras de la guerra de Irak en el banquillo de la historia. En Italia, el socialdemócrata Renzi se ve ya desplazado en las encuestas por el Movimiento Cinco Estrellas. Y en Portugal, el socialista Costa está en la cuerda floja y depende de la frágil mayoría que le proporciona la nueva izquierda y los comunistas, los más ortodoxos de Europa.
Malos tiempos, pues, para la socialdemocracia, con Europa apretando las clavijas. Los socialdemócratas europeos sustituyeron a los partidos liberales clásicos a comienzo del siglo XX, cuando la clase obrera comenzó a tener conciencia de su papel. Ahora, o reaccionan a tiempo o pueden correr una suerte parecida. No desaparecerán, pero perderán influencia y pueden llegar a ser irrelevantes. El rumbo del viento en España tendrá consecuencias en un desnortado socialismo europeo que necesita aire fresco. Sople o no la tramontana.
Alberto Surio, en El Diario Vasco
El PSOE está tumbado en el diván con un conflicto existencial. Forzar unas terceras elecciones sería su suicidio, pero cualquier pacto con el PP firmaría también su sentencia de muerte en la izquierda social, con el aliento de Podemos en la nuca. Las dos salidas tienen enormes riesgos. Es cierto que sus resultados el 26-J son los peores desde el inicio de la Transición, con solo 85 escaños, pero también lo es que el panorama político ha cambiado radicalmente en España, con nuevas fuerzas y que el PSOE tiene una potente competencia a su izquierda que le supera en muchas comunidades y en las ciudades. Una razón que la dirección de Podemos concluye como causa de su revés electoral es su falta de agresividad hacia el PSOE en la última campaña.
Es verdad que los socialistas han evitado el "sorpasso" y se mantienen como fuerza hegemónica de la izquierda. Pero es un liderazgo más relativo que real y obliga al PSOE a repensar a largo plazo su apuesta para afianzarse como alternativa creíble. Se trata de reconstruir una mayoría social, de rehacer conexiones con los más jóvenes, de recomponer la credibilidad perdida, y eso va a costar mucho tiempo porque el destrozo ha sido grande.
Hay ejemplos elocuentes bien cercanos. En Grecia, el Pasok ha terminado por ser marginal después de gobernar con la derecha en aras al supuesto interés nacional que tantas veces se utiliza como coartada para perpetuar otros intereses menos generales. Claro que Syriza tampoco se ha librado de la crisis. En Francia resulta muy gráfico el suicidio en directo del Partido Socialista Francés, abierto en canal por el polémico proyecto de reforma laboral. En el Reino Unido, el Partido Laborista sigue en bancarrota, con sus votantes divididos en torno al "Brexit". Blair, el padre de la "tercera vía", ha terminado como un personaje envilecido por las mentiras de la guerra de Irak en el banquillo de la historia. En Italia, el socialdemócrata Renzi se ve ya desplazado en las encuestas por el Movimiento Cinco Estrellas. Y en Portugal, el socialista Costa está en la cuerda floja y depende de la frágil mayoría que le proporciona la nueva izquierda y los comunistas, los más ortodoxos de Europa.
Malos tiempos, pues, para la socialdemocracia, con Europa apretando las clavijas. Los socialdemócratas europeos sustituyeron a los partidos liberales clásicos a comienzo del siglo XX, cuando la clase obrera comenzó a tener conciencia de su papel. Ahora, o reaccionan a tiempo o pueden correr una suerte parecida. No desaparecerán, pero perderán influencia y pueden llegar a ser irrelevantes. El rumbo del viento en España tendrá consecuencias en un desnortado socialismo europeo que necesita aire fresco. Sople o no la tramontana.
Alberto Surio, en El Diario Vasco
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