Desde que se produjo el cambio de gobierno en Navarra hace diez meses, el panorama que se contempla en algunas redes sociales es deplorable. Al poco de que UPN tuviera que ceder sus despachos institucionales empezaron a surgir cuentas en Twitter que tenían como características comunes el anonimato y las referencias a un determinado modo de entender la foralidad y el hecho navarro. No es verosímil que tal eclosión haya sido fruto de una coincidencia de iniciativas individuales, votantes contrariados por el nuevo devenir político que deciden alzar su voz. Al contrario, hay un patrón estético común en muchos de esos perfiles y, sobre todo, una pretensión idéntica. Es un intento -pueril, por otra parte- de generar un ambiente incómodo y así coartar las opiniones que no se ajusten a determinados cánones. Lo que es poco cuestionable es que tan aguerrida plétora tuitera no sea fruto de una estrategia, evidentemente la de quienes se han visto damnificados por la pérdida del poder. Incluso se han encontrado coincidencias que señalan directamente a determinados cargos de UPN como autores de mensajes utilizados posteriormente por el resto de la vacada. No honraré con la mención a ninguna de esas cuentas, pero en el grupo también se aprecian diferencias. Los hay meritorios, algunos que se creen graciosos y otros más esencialistas en lo político. Entre todos destaca un perfil más referencial -ese macho alfa al que otros retuitean- que por el nivel de información que maneja y su recurrente activismo es imposible que no nutra sus vómitos con material proveniente de determinadas alcantarillas, las que también existen (¡doy fe!) en la plácida Pamplona.
Una de las acciones que esa anónima mesnada ha emprendido es la de intentar vejar a determinados periodistas. Es muy fácil para quien oculta su identidad señalar al que no sólo la declara, sino que la ofrece como parte de su propio aval profesional. Es el caso de Javier Lorente, periodista de Onda Cero y El País, en mi opinión una auténtica honra de su profesión, al que intentan presentar como si fuera un activista político con teclado y micrófono. O el de la escritora y colaboradora de este medio Fátima Frutos, que tuvo que presentar una denuncia ante la policía por el acoso que sufría. Esta semana le ha tocado a quien escribe en la última página de este ejemplar, Jorge Nagore. La reacción llegó tras su artículo del viernes, en el que se limitó a cuestionar que el periódico editado en Cordovilla ofreciera como contrapunto de sus ediciones la opinión de un personaje anónimo, Dulanz, capaz de llegar al delirio -esto lo digo yo- de descalificar al pincho ganador del concurso porque su nombre era un “trabalenguas euskérico”. Creo que Nagore fue comedido y caballeroso cuando se refería sólo a un aspecto formal de tal opinión, el hecho de que sea suscrita anónimamente. Probablemente sabe que la justificación real del pseudónimo sea la vergüenza que podría experimentar el autor si sus vecinos le vieron salir del ascensor tras leer sus piezas, que ni tienen gracia ni tienen inteligencia. O lo que es peor, que son la representación de una actitud periodísticamente tan vieja y tan cutre como es la de pretender aleccionar a los lectores de un medio, imponiendo lo que estos deban pensar incluso en el momento de degustar un pincho. Jorge Nagore tuvo que aguantar a la jauría tuitera y lo significativo es también que ésta haya salido en defensa del honor mancillado del que consideran su periódico. Es un síntoma más de lo poco que respetan la libertad quienes justamente la buscan en modo superlativo a base de ocultar su identidad.
Será por casualidad, pero también esta semana hemos visto a Pablo Iglesias acosar a un periodista porque no le gusta cómo hace su trabajo. Álvaro Carvajal presta sus servicios en el periódico El Mundo, que acaba de anunciar un nuevo ERE -el tercero- que se llevará por delante a una cuarta parte de su redacción, a la que se ofrece sólo la indemnización legal. Seguramente Carvajal será carne de ese ERE, pero el endiosado líder de Podemos (ya saben, “el partido de la gente”) no desaprovechó la oportunidad para humillarle en público valiéndose del micrófono y las cámaras que otros medios le pusieron delante. Ahora diganme si no hay una misma intención totalitaria entre quienes han montado el somatén tuitero en Navarra y el de la coleta.
Santiago Cervera, en Diario de Noticias
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