Pedro Iturralde, 86 años cumplidos, acaba de protagonizar una extenuante semana de conciertos en el madrileño Café Central. “Todas las noches volvía a casa al límite del agotamiento”, recuerda Paquita, esposa del artista y fiel asistente. “Pero al día siguiente y ahí estaba, al pie del cañón". El próximo jueves, el ilustre saxofonista nacido en la localidad navarra de Falces, recibirá la medalla de oro de la Sociedad General de Autores de España (SGAE), punto de partida de un extenso homenaje. “Hace poco vino a verme una señora que me había visto en el colegio mayor San Juan Evangelista de joven y aún lo recordaba. Son las cosas que te animan a seguir en la brecha”, dice el músico.
Sobre su mesa de trabajo, una partitura recién rescatada: “La compuse en 1948 mientras actuábamos en un pueblecito en Marruecos llamado Sidi Bel Abbes donde estaba la legión francesa”. La imagen del aspirante a jazzista imberbe reproduciendo los códigos ocultos del bebop en medio del desierto resulta desconcertante… “Pero es que yo conocía el jazz por uno de Falces criado en Argentina que tenía una habitación llena de discos americanos”.
Iturralde fue un niño triste: “Sufrí depresión, sólo que entonces nadie sabía lo que era”. Sus males terminaron el día en que escuchó un solo de saxofón. “Me di cuenta de que quería ser músico”. Profesional desde los 14, Iturralde necesitará permiso paterno para viajar a Lisboa y Tánger acompañando al vocalista Mario Rossi: “Llego a Tánger y veo mujeres en bikini, los comercios abiertos las 24 horas… ibas a las tres de la mañana al Zoco Chico y aquello estaba de bote en bote. Y aquí, con la cartilla de racionamiento”.
De regreso en la península, se sumerge de lleno en la efervescente noche madrileña: “Subías por la Gran Vía y tenías siete salas de fiesta con dos orquestas cada una. Sólo en el Hotel Plaza había tres conjuntos. Yo fui director del que actuaba en el piso 26, hasta que me salió un contrato para ir a Líbano”. El saxofonista, clarinetista, guitarrista y vocalista ocasional pasará los siguientes años recorriendo un Oriente Medio muy diferente del actual. “En Beirut, los dueños de los hoteles contrataban cantantes y ballets no les importaban de dónde… era otro mundo: los niños más pequeños hablaban tres idiomas”.
Ankara, Atenas y de vuelta en Madrid, donde le nombran director artístico del recién abierto Whisky & Jazz Club. Por el local de Marqués de Villamagna pasarán creadores de leyenda, como el saxofonista Dexter Gordon, junto a otros personajes menos recomendables, como el siniestro Jean Parvulesco, vinculado a la clandestina Organización del Ejército Secreto (OAS). También Ava Gardner: “La primera vez que vino se quedó mirándome fijamente. Por lo visto, me parecía mucho a su ex marido, Artie Shaw. Pero no me era simpática”.
Músico de sesión de día, jazzista de noche. La querencia del saxofonista por las músicas de raíz terminaría conduciéndole hacia el flamenco: “Venía trabajando en la idea de un andalucismo jazzístico cuando me llamaron para tocar en el Festival de Berlín con mi quinteto y un guitarrista flamenco. Probé con varios hasta que me hablaron de un joven llamado Paco de Lucía”. El éxito internacional por sus grabaciones de Flamenco Jazz coincidió con un más que alarmante deterioro de su estado físico: “Tras casi 10 años acudiendo cada noche al Whisky puedo decir que estaba vivo de milagro”. Medio siglo más tarde, el creador de la primera cátedra de saxofón en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid recoge los reconocimientos a su notable trayectoria.
El País
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