Con una participación del 73,20 % (frente al 68,94 % de 2011), los resultados de las elecciones de este 20D han confirmado en gran parte las principales tendencias que anunciaban los sondeos. Por resaltar las más relevantes, la suma de los dos viejos partidos es de 50,7 % (213 escaños), con un PP que pasa de un 44,63 % y 186 escaños a un 28,72 % de votos y 123 escaños, y un PSOE (22 % y 90 escaños) que evita por poco el “sorpasso” de Podemos, pero que en lugares emblemáticos como Madrid pasa a ser cuarta fuerza; esta formación más las confluencias (En Comú Podem en Catalunya, En Marea en Galicia y Compromís-Podem en la Comunidad Valenciana) llegan a un 20,7 % y 69 escaños; IU, con un 3,67 % y 2 escaños, salva su presencia en el nuevo parlamento pero no podrá formar grupo parlamentario propio; en Catalunya ERC, con 2,39 % y 9 escaños, supera a la formación de Artur Mas, que se queda con 2,25 % y 8 escaños, y en Euskal Herria Bildu conoce un notable retroceso pasando de 7 escaños a 2; Ciudadanos, en cambio, ha ido perdiendo fuelle llegando finalmente a un 13,93 % y 40 escaños.
Ante este panorama, en la mayoría de los análisis postelectorales ya se está imponiendo una conclusión: por mucho que se quiera disfrazar la realidad, el “turnismo” bipartidista ha llegado a su fin y por primera vez desde la “Transición” no va a funcionar la regla mecánica de que el partido político más votado es el que va a poder formar gobierno, aunque solo sea por mayoría simple. Por muchas presiones que lleguen de Bruselas y el Ibex 35, ni PP ni PSOE parece que vayan a poder conseguir los suficientes apoyos para formar gobierno en esta nueva legislatura. El primero, aun en el caso de que contara con la abstención de Ciudadanos, se encontraría con la oposición de un bloque muy plural tanto del PSOE, Podemos y las confluencias como de otras fuerzas “periféricas” (ERC, PNV…); el segundo, debilitado en su liderazgo, no parece que pueda asumir algunas de las “líneas rojas” ya anunciadas por Podemos y, en particular, por En Comù Podem, que incluye el compromiso de convocatoria de un referéndum sobre la independencia en Catalunya. La única alternativa, que empieza ya a ser reclamada desde algunos poderes económicos, sería la de una “gran coalición” de los dos “viejos” partidos, pero es evidente que su puesta en práctica supondría el suicidio político del PSOE y facilitaría, entonces sí, el imparable ascenso de Podemos como alternativa de gobierno en unas nuevas elecciones. Cabría también una abstención del PSOE ante la investidura de Rajoy, como ya le pide Albert Rivera para garantizar la “unidad de España” y tranquilizar a Bruselas, pero esta opción provocaría una profunda crisis dentro de ese partido.
Por tanto, se anuncian crisis de proyectos y, sobre todo, de liderazgos en los dos grandes partidos, especialmente en el PSOE, que ha resistido gracias principalmente a los votos obtenidos en Andalucía y Extremadura. Y también, por cierto, en la formación catalana encabezada por Artur Mas en Catalunya, relegada al cuarto puesto. Incluso Ciudadanos, que surgió con enorme apoyo mediático, aparece frustrada en sus expectativas de “recambio” del PP. Frente a todos ellos puede ir ganando fuerza y credibilidad un proyecto alternativo y plurinacional (que debería incluir al sector que se ha reconocido en la candidatura de Unidad Popular, encabezada por Alberto Garzón y, también, dialogar con la CUP que en Catalunya han demostrado sobradamente su arraigo popular y, ¿por qué no?, con Bildu) que no renuncia a la apuesta por un “cambio de sistema”, como el mismo Pablo Iglesias ha declarado en la noche electoral.
Frente a los llamamientos que desde el “sistema” van a ir multiplicándose en los próximos meses a favor de una “cultura de pactos y coaliciones” (“España necesita ser gobernada tras pasar la página del bipartidismo”, dice hoy el editorial de El País; “La hora de los pactos”, titula el de La Vanguardia…), la responsabilidad de Podemos en este nuevo escenario es enorme. Porque si finalmente, pese al retroceso vivido en las encuestas pocos meses antes, ha llegado a aparecer como la principal fuerza del “cambio” en este 20D, se ha debido a varios factores. En primer lugar, a que gracias a su análisis autocrítico de los malos resultados en las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre, su dirección optó por una confluencia en condiciones de igualdad con Barcelona En Comù, las Mareas y Compromìs, asumiendo además la convocatoria de un referéndum sobre la independencia en Catalunya y, por extensión, el reconocimiento de la realidad plurinacional existente en este Estado con todas sus consecuencias; una rectificación que le ha dado sus frutos electorales, incluso en lugares como Euskal Herria.
A este giro radical respecto al estrecho discurso “nacional-populista” español mantenido hasta entonces por dirigentes de Podemos siguió la opción por una campaña que ha vuelto a poner en primer plano la reivindicación de sus orígenes en la lucha por la dignidad y la justicia social abierta por el 15M, la PAH y las Mareas (simbolizada, además, mediante el liderazgo compartido por Pablo Iglesias, especialmente con Ada Colau, a su vez referente de los “ayuntamientos del cambio”). Esto no supone olvidar la ambigüedad que se sigue manteniendo en cuestiones centrales como la defensa de un “cambio constitucional” -en lugar de ruptura constituyente-, la moderación en aspectos clave del programa económico –como la posición a adoptar ante el Pacto Fiscal de la eurozona- tras la experiencia griega, o la actitud ante la OTAN.
Así pues, ahora toca extraer enseñanzas de esta campaña y de cómo se puede seguir avanzando sin por ello renunciar a unas “líneas rojas” (con el blindaje constitucional de los derechos sociales, incompatible con el artículo 135 de la Constitución y los dictados de la troika, y el compromiso de la convocatoria del referéndum catalán en primer plano) que deben reafirmar a Podemos y a los grupos parlamentarios afines como la principal fuerza que apuesta por el “cambio de sistema”. Por eso hará falta mucha firmeza para no dejarse atraer por unas apelaciones a la “responsabilidad de Estado” y tampoco tiene sentido recuperar la malograda fórmula eurocomunista del “compromiso histórico”, ya que solo contribuirían a frustrar las nuevas expectativas creadas para acabar contribuyendo a una mera “reconstitución” del régimen. Porque no lo olvidemos: lo que de verdad ha muerto en estas elecciones ha sido esa “democracia de consenso entre elites” en la que se basó la “Cultura de la Transición”. Nos corresponde ahora, desde las instituciones, las calles y los centros de trabajo, ir dando forma a una cultura de la participación y del consenso entre los pueblos hacia la conquista de su soberanía frente al despotismo oligárquico europeo.
Para esas tareas también habrá que repensar el “modelo” de “máquina de guerra electoral” con el que ha llegado Podemos a estas elecciones. Porque es el momento de reinventar un tipo de partido-movimiento plural, participativo, alejado del vertical y centralista que ha dominado hasta ahora y, a su vez, abrirlo y refundarlo mediante la federación o/y confederación con todas las fuerzas que apuestan por el “cambio de sistema”. Ése es un gran y difícil reto pero de su resolución, que necesariamente ha de ir unida a un nuevo ciclo de movilización y empoderamiento popular, depende que se siga manteniendo abierto el horizonte de una ruptura constituyente.
Jaime Pastor, en Viento Sur
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