Testimonio remitido a la dirección del PP en Navarra por Santiago Cervera Soto:
Era el último viernes de agosto del verano de 2011. Hacia las 8.30 de la tarde yo estaba haciendo tiempo hasta el momento de salir a cenar con unos amigos con los que había quedado. Sonó el móvil mostrando un número que no conocía.
-Diga.
-¿Santiago? Soy Mariano.
-¡Ah, Mariano! ¿Qué tal?
-Bien. Mira te llamo para contarte que hace unos días me telefoneó Yolanda. Se trata de hacer un pacto para las generales, y ella me dice que quiere anunciarlo en una reunión que tiene esta noche con militantes, o algo así...
-Sí, un acto que tienen en Cadreita.
-Pues eso. Y claro, yo creo que nos tenemos que entender con ellos.
-Mi criterio es diferente, ya lo sabes. En Navarra gobiernan con el PSN y no pierden ocasión para joder al PP. Te recuerdo que, por ejemplo, en campaña nos vetaron en los debates de televisión diciendo que no teníamos representación previa, y en cambio no les importó que participara Bildu que tampoco la tenía. Y así todo el día.
Pues sí, pero ahora conviene ir juntos, como se hizo en los tiempos de Aizpún. Bueno, te llamaba para decirte que el tema está en marcha, que lo va a anunciar Barcina dentro de un rato, y que ya hablaremos tú y yo más adelante.
-Como quieras.
-Mira, apunta mi móvil y me llamas con lo que sea. Y si te viene bien el miércoles nos vemos en mi despacho y charlamos.
-Nos vemos el miércoles, sí.
-Pues hasta entonces.
No se me atragantó la lechona asada de la que dimos cuenta un rato después. Al fin y al cabo el verano terminaba de manera bastante previsible. Yo llevaba ya unos meses como parlamentario en Navarra, donde el propio Mariano me había mandado. A decir verdad, fue el tiempo en que mejor me lo pasé, políticamente hablando, con alguna intervención en pleno y comisión de las que recuerdo con mayor deleite, precisamente las que me enfrentaron al mendaz consejero de economía Álvaro Miranda, o a la propia presidenta. Barcina fue investida gracias a los votos favorables del PSN, con quienes ella y Sanz habían diseñado un modelo de reparto del poder “para 50 años”, según expresión que escuché en su momento del propio Sanz. Pero aún así era difícil no percibir que Barcina trataría de acercarse a Rajoy de una manera u otra, más pronto que tarde.
Aquel miércoles me vi con Mariano en su despacho de Génova. Y lo primero que hizo fue entregarme un documento que, según él, era el mismo pacto que décadas atrás había firmado la UPN de Aizpún con el PP de Fraga.
La conversación no fue muy prolongada. Mariano quería hacer ver que convenía asegurar el mayor número de escaños en su favor, y preguntaba sobre mi percepción electoral para el 20-N. Le conté que Bildu, bajo la fórmula que fuera finalmente, mediante la marca Amaiur podría sacar un escaño casi con seguridad, frente a la especie que Barcina había puesto en circulación según la cual “tenemos que unirnos con el PP para evitar que Bildu alcance representación”. No me equivoqué.
Y poco más se analizó. Los intentos que hice de contar la verdadera catadura política de los de Barcina eran sorteados con habilidad por Mariano, apelando a que eso eran cosas del pasado. Hasta que Rajoy me planteó, explícitamente, si yo quería algo para mí. “No”, le dije, “nunca te he pedido nada y nunca te lo voy a pedir. A pesar de que ir a Navarra ha sido para mí algo muy duro, en lo personal y lo familiar. Lo único que quiero es que sepas que yo no seguiré mucho más tiempo por ahí, porque no sería posible después de esto, me rompe totalmente el discurso, pero no te preocupes por nada. Te agradezco tu confianza, y que sepas que tampoco me importa volver al sector privado, en el que estaba muy bien hace cuatro años”. Finalmente, como es sabido, me situaron como número 6 en la lista por Madrid, de lo que me enteré el mismo día que se dio a conocer públicamente tras la llamada anticipatoria de una periodista que volvía en el AVE desde Cuenca.
En efecto, el acuerdo que me entregó Mariano fue el que finalmente se firmó unos días después. La cabecera de la lista se entregaba a UPN, se les permitía estar en el Grupo Mixto, y sólo se comprometían a votar afirmativamente la investidura de Mariano y los Presupuestos del Estado. Yo le había mandado una nota en la que le decía que al menos había que exigir que se comprometieran a votar las leyes orgánicas y los decretos ley que presentara el Gobierno, y le resaltaba que era aberrante política y jurídicamente que si se acudía juntos a unos comicios y bajo un mismo programa, luego se les otorgara hoyar en el Grupo Mixto. Pero no me hizo caso.
La supuesta negociación del pacto se representó públicamente pocos días después, una mañana en la que Barcina, Catalán y creo que Adanero acudieron a Génova, donde les esperábamos Rajoy, Cospedal, Mato y yo mismo. Nada hubo que discutir, todo estaba atado ya. La reunión, para aparentar tal negociación, discurrió entre chascarrillos diversos tras la foto de rigor, y mientras llegaba la hora de atender a la prensa. Por ejemplo, Barcina se mostró muy ufana por el reciente nombramiento de Miguel Sanz como presidente de Audenasa, la concesionaria de la autopista de Navarra. Con ese tono propio de una profesora de párvulos que tantas veces empleaba, y con esa jactancia tan común en los que se creen que han descubierto las fuentes del Nilo, explicó a Rajoy y Cospedal que así expresidente dispondría de “dietas, despacho y secretaria en Pamplona ¡y sin necesidad de que se lo pague el Gobierno!”. Sanz quedaba, tras esa explicación, como aquel que decía para sí “dame pan y llámame tonto”.
Terminaba la reunión y fue cuando tomé la palabra.
-Por cierto, ahora que somos socios... ¿teníais alguna encuesta que dijera que era mejor el pacto para vuestros intereses?
- No, ninguna - respondieron al unísono Catalán y Barcina.
Con lo que quedaba demostrado que eso de que había que unirse para mermar las posibilidades electorales de Bildu era una más de tantas tonterías para párvulos que tan frecuentemente ilustraban el argumentario del barcinato.
Pero una casualidad del calendario quiso que la verdadera razón de ese pacto se visualizara nítidamente el mismo día en el que Barcina y Rajoy estamparon su firma en él.
Porque pocas semanas más tarde Rajoy acudió a firmar el acuerdo a Pamplona. Como era habitual, le recogí en el aeropuerto con el coche de seguridad. Los periódicos de ese día abrían a toda plana con los drásticos recortes presupuestarios que acababa de aprobar el Gobierno de Navarra la jornada anterior.
Para mí, ese fue un momento de enorme relevancia política. Los de UPN se habían pasado la campaña hablando de la Arcadia feliz que era Navarra bajo su gobierno. Y, sobre todo, eran ya décadas seguidas contando a los navarros que éramos autosuficientes, más listos y más ricos que los demás, que todo lo podía arreglar Diputación, que había para todo, para todos y para siempre... Muchas mentiras repetidas mucho tiempo, y algo contra lo que el PPN que yo presidí había luchado con denuedo argumental, aún a riesgo de acabar siendo ese “nasty party” que tan romos resultados electorales consiguió finalmente.
Aquel día a muchos se le cayó el mayor y más falso mito político que se ha despachado en la política foral durante décadas. El fin del ombliguismo paleto.
Se sentó Mariano a mi derecha, en el coche, y le dije:
- Hoy llegas en un día histórico para Navarra.
-¿Qué?
-Sí. Hoy es un día histórico. Pero no porque vayas a firmar el acuerdo con Barcina. Sino porque es el momento en el que muchos navarros ven que eran mentira muchas de las cosas que les han estado contando los de UPN durante décadas. Aquí lo tienes.
Puse la prensa sobre sus rodillas.
Una hora después, en el Iruña Park, le plantó dos besos a Barcina y firmó el documento frente a una docena de periodistas. Sólo recuerdo a Carmen Remírez de Ganuza, de El Mundo, intentando horadar con sus preguntas algunas de las incongruencias de lo que suponía aquel momento. Apenas le permitieron repreguntar.
De aquel momento es también uno de los chistes de Oroz que rememoro con mayor viveza. En la primera viñeta estaban Barcina y Cospedal luciendo una sonrisa de hiena, bajo el rótulo de “Barcina y Cospedal se llevan fenomenal”, y entre ellas comentaban “¡Ha sido superfuerte, tía!”. En la viñeta contigua, Rajoy manipulaba un dispositivo que yo tenía instalado en mi espalda, y decía “Y ahora a reprogramar a Cervera y ya está...”.
Y hubo, días después, otra aportación periodística de enorme trascendencia en ese contexto, que también explicaba muchas cosas. Un mes antes de las elecciones del 20-N, con las candidaturas ya formalizadas ante la Junta Electoral, DIARIO DE NOTICIAS publicó la exclusiva que marcó toda una legislatura, la que informaba de las dietas opacas que cargos públicos de UPN y PSN estaban cobrando desde hacía años de Caja Navarra. Dietas obscenas por el modo en que se devengaban y la cuantía que tenían hasta tres al día, por sesiones informativas que en ocasiones no se llegaban a celebrar, y que demostraban que Barcina cobraba más de Goñi que de los contribuyentes, y sobre lo que llegó a mentir públicamente con gran descaro. Dietas, no se olvide, que además eran el alpiste con el que los directivos de la Caja compraron la voluntad de aquellos políticos, que no hicieron nada por impedir su expolio y posterior desaparición.
Al margen del relato estricto de los hechos, hoy cabe reflexionar sobre la motivación real de aquel pacto. Es incontestable el hecho de que Barcina lo fraguó a espaldas de cualquier otro miembro de su partido, directamente con Rajoy. Y lo hizo, como era imaginable, atendiendo a los dos rasgos que mejor definen su carácter político: el hecho de que sólo le guía su interés personal, y que su única arma es la manipulación.
Sin duda, Barcina pensó que su recién estrenado gobierno con el PSN en Navarra no peligraba por el hecho de que su partido pactara con el PP para unas generales. Un gobierno de coalición que se preconfiguró por Sanz y la propia Barcina meses antes de los comicios, y del que eran partícipes los más relevantes plutócratas económicos y mediáticos de Navarra.
Sabedora era Barcina, como lo era toda Navarra, de que el PSN estaba dirigido a golpe de gintonic, y por eso llegó a creer que no tendrían el coraje de abandonar la recién estrenada coalición. Y ella, a cuenta de su nueva vida de la mano del PP, podía iniciar la que a la postre ha sido una gran operación de proyección personal en los medios nacionales. En efecto, desde ese momento Barcina comenzó a ser tenida en Madrid como la verdadera representante del PP en Navarra. Sus reuniones y llamadas habituales a Cospedal, sus frecuentes comidas con Pedrojota y Bieito, sus apariciones en los programas más referenciales de la telebasura política (como El gato y sus secuelas), sus zalamerías con los tertulianos habituales de la derecha... le convertían en esa referencia pepera que a ella tanto le agradaba. Y que, dicho sea de paso, tan buenos réditos le ha supuesto en tiempo reciente.
Aquel pacto situó en el grupo mixto a Carlos Salvador, quien ha sido un diputado que se ha tomado en serio su trabajo, que ha sabido entender el papel de parlamentario que le correspondía, y que nunca ha faltado a ninguna de sus obligaciones, muchas de las cuales las ha desarrollado con la brillantez que le proporciona esa mezcla de inteligencia perceptiva y sentido del humor con que calibra los temas. Tal vez demasiado reiterativo con algunos asuntos, pero es un tipo que no ha faltado a sus obligaciones y a quien nunca he oído hablar mal de nadie. Sé que no le hago ningún favor para su posible reelección diciendo esto, pero es así. Carlos ha hecho en el Congreso lo que ha creído conveniente, y bien está. Su apoyo reiterado al PP no es fruto de la letra de ningún pacto, sino supongo que de sus convicciones. Y ha utilizado todos los espacios que el Reglamento le presta para que se escuche su voz y con ella, la de su partido.
Para quienes pensamos que la política se tiene que hacer con rectitud, coherencia y valores, y no con mendacidad, intereses espurios e hipocresías, la historia de aquel pacto de hace cuatro años es la historia de lo más penoso que se puede encontrar en la vida pública. Nada que se parezca a un proyecto político, nada que suponga la asunción de unos principios nobles, era lo que amalgamaba aquel acuerdo. En la edad media, cuando un perseguido por la justicia entraba apresurado en una iglesia, podía “acogerse a sagrado” para evitar ser juzgado. Lo que hizo Barcina fue justamente esto. Sabía que afrontar unas generales con los recortes, el escandalazo de las dietas y la porquería de gobierno que copresidía junto con el socialista Jiménez le hubiera supuesto un durísimo castigo. Y por eso llamó a Mariano. Se acogió al sagrado del PP, y pasó de ella el rotundo juicio social que merecía. Y como siempre hay que hacer de necesidad virtud, a partir de ahí comenzó la inenarrable (por repulsiva) estrategia de convertirse en la más pepera que nadie cada vez que su coche oficial cruzaba el Ebro, mientras intentaba machacar al PP en Navarra. Una actitud similar a la que en su tiempo de profesora en la UPV utilizó en su entorno inmediato: “todos los del PNV creíamos que era del PNV”, según me confesó una vez Josu Erkoreka.
Como digo, en Pamplona, UPN machacaba al PP cada vez que era posible. Siempre que el Floriano de turno aparecía en rueda de prensa hablando de la posibilidad de reeditar un pacto para las elecciones forales, los regionalistas soltaban lo peor de su repertorio habitualmente a cargo del llamado “comando rosa” que tan fiel ha sido siempre a Barcina contra los peperos. O por ejemplo, la presidenta no se dignaba ni siquiera a responder a la portavoz del PP en los debates del Parlamento de Navarra. Todo ese doble juego cospedalosa en Madrid, y chuleando al PP en Pamplona es lo que más daño ha podido hacer a los Zalba, Beltrán y compañía, porque al ninguneo local se unía la falta de apoyo desde Madrid. Para otro momento queda el análisis del papel que en todo esto ha tenido esa completa incompetente llamada Dolores Cospedal, la gran Miss finiquito, que últimamente ha tenido la suerte de que el Gobierno otorgue una licencia de televisión a la empresa que pagaba generosas minutas a su marido.
Hoy en UPN dicen que esperan que el PP les llame si quieren una coalición, cuando fueron ellos quienes llamaron hace cuatro años. Y que quieren tener voz en Madrid, como si Carlos Salvador hubiera sido parlamentario en Abuja, capital de Nigeria. Yo prefiero que no haya ninguna coalición entre el PP y UPN por una mera cuestión de decoro, pero creo que para el partido en el que todavía milita Barcina sería un suicidio ir por su cuenta, aspirando, como mucho, a convertirse en una folclórica anécdota en la política nacional. Porque justo cuando se está poniendo en cuestión la prerrogativa foral, y puede que se aborde una reforma de la Constitución en los próximos años, los de Esparza criado a la vera de Barcina, no lo olvidemos, quieren desvincularse del único partido que puede darles apoyo y fuerza política en los momentos más complicados. Y de paso, a lo mejor hasta le regalan un escaño a Podemos, pero eso no parece importarles. Dicen que lo importante es que se escuche su voz. La voz de una aldea mental, que ya muy poco tiene que decir.
Diario de Noticias
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