En la primera guerra carlista, o de los siete años, (1.833-1.840), se ventiló, además del monarca que debía gobernar España (Isabel II-Carlos Mª Isidro), el enfrentamiento entre un régimen más o menos liberal y otro absolutista. En ella destacaron militares como Zumalacárregui, Espartero, Maroto, Cabrera, y Manuel Lucus, alias “Manolín”.
Manuel Lucus Iturralde, natural de Pitillas, nació en 1.800. Fue hijo de Gabriel y de Carlas, naturales de Pitillas y Carcastillo respectivamente. Era el cuarto de ocho hermanos y se casó con la también pitillesa Joaquina Jaurrieta Esparza, de cuyo matrimonio no conocemos descendencia, aunque sí que estuvo embarazada, y a punto de dar a luz en la cárcel de Tudela. Murió el año 1.837 luchando contra los cristinos, en el pueblo aragonés de Villar de los Navarros.
Era poco elevado de estatura, pero ancho y fornido, su cuello corto y grueso parecía sostener con trabajo una cara de las que no le gusta a uno encontrar a todas horas; sus ojos de un negro verde muy particular iluminaban unas facciones duras y sombrías que por lo pronunciado de sus líneas parecían haber sido cortadas y trazadas a cincel, por la mano de algún escultor.
Grandes condiciones de guerrillero (genio natural de la guerra de montañas), bravura proverbial, moderación y excelente conducta, valiente sin jactancia, reservado sin ser misterioso, eran cualidades que adornaban a Manolín, según sus partidarios.
Por el contrario, sus opositores señalan que la partida de Manolín no deja de cortar las orejas a las mujeres que cogen introduciendo víveres en Pamplona o cuando vuelven de haberlos introducido y de un carácter feroz y sediento de sangre.
Soldado en la guerra de la Independencia y jefe de una guerrilla de la fe en el año 1.823, la afición de Manolín a una vida de peligros y de aventuras le había hecho adoptar el oficio de contrabandista durante los forzosos intermedios de su carrera militar. Los conocimientos rústicos que había adquirido en su oficio de contrabandista le fueron de gran utilidad para el nuevo género de operaciones que había emprendido.
En los primeros momentos de la guerra mandaba Manolín una pequeña partida de unos veinte jinetes y con ella recorría la parte baja de Navarra y Aragón, sorprendiendo y molestando a las columnas enemigas, el envío de correos y requisando dinero y provisiones en los pueblos. Sus guaridas eran los pueblos de Gallipienzo, Ujué y Cáseda; esto de día, pues de noche, salía a las cuevas o corrales del monte, mudando todas las noches de lugar para no verse sorprendido por los isabelinos.
Por dos veces le concedió S. M., a propuesta de Zumalacárregui, la cruz laureada de San Fernando de segunda clase, y por consiguiente obtuvo la pensión que marca el reglamento de esta Real orden; distinción que ningún otro militar mereció de aquel general.
Entre sus muchas peripecias se cuenta que, perseguidos y acosados la veintena de caballos que mandaba por gruesos destacamentos cristinos procedentes de varios puntos de la Ribera, fue un día de octubre de 1.834 sorprendido en el momento que estaba realizando un registro en Peralta en busca de provisiones y dinero. Aunque solo y a pie, con la espada en la mano, se abrió paso entre sus enemigos, liberándose de ellos; todos los caballos y bastantes de sus soldados quedaron en poder del adversario. Otras crónicas van más allá y señalan que fueron ejecutados.
Avergonzado con la idea de tener que presentarse a su general después de este revés y en semejante estado, hizo juramento de morir antes que verificarlo sin una fuerza por lo menos igual a la que había perdido. Juntó con los que ya tenía hasta veintidós hombres, los armó con escopetas y fusiles que requisó por los pueblos, no sin dificultad, y moviéndose de aquí para allí, dio al fin con un destacamento de caballería cristina que pasaba por el Carrascal escoltando un correo. Manolín apostó convenientemente sus soldados, tomó con tal acierto sus medidas y los atacó con tal resolución, que consiguió hacerlos a todos prisioneros y requisar la correspondencia. Entonces, ufano, montando su gente en los caballos apresados y colocados entre filas los jinetes cristinos, se dirigió donde estaba Zumalacárregui y le presentó, en lugar de los veintiún caballos que había perdido en la acción de Peralta, treinta y dos. Otras crónicas relatan fueron fusilados allí mismo, como venganza por la muerte en Peralta de sus compañeros.
Durante el año 1.835, Manolín anduvo recorriendo la zona navarra fronteriza con Aragón. Así se relatan acciones de él en Carcastillo, Sangüesa, Rocaforte, Lumbier, Valle de Aibar y en Sádaba, donde tomó prisioneros a seis u ocho paisanos. Enterado de esto Clemente, un comandante de fusileros que a la sazón se hallaba escoltando un convoy a Pamplona, al tránsito por Pitillas, se llevó en represalia a un hermano, tres primos y otros parientes de Manolín.
A finales del año, casi coincidiendo con el hecho anterior, se notifica que toda la facción de Manolín, que se hallaba escondida en Gallipienzo, compuesta de veinticinco caballos y veintiocho hombres, habían caído en poder de Mendívil, incluido el hermano fraile, y la mujer del expresado cabecilla; y éste se creía se hallaba escondido en alguna casa, y se esperaba dar con él enseguida. Recelando Mendívil hubiese sido ocultado, publicó un bando en Gallipienzo conminando al vecindario con incendiar el pueblo y quintar a sus habitantes si no le entregaban al faccioso. No debió dar resultado la presión, pues a mitad del mes de diciembre se notifica que Manolín, con unos veintiséis hombres que había reunido, montando él mismo en un mediano caballo, otros cuatro en yeguas y todos mal armados, habían aparecido nada menos que en Ejea, compuesto de 700 vecinos y un buen número de guardas nacionales de infantería y caballería. Su intento era despojar a los guardas nacionales de caballos y armas. Nadie les abrió y huyeron.
Es al año siguiente, 1.836, cuando Manolín a consecuencia de varias acciones en las que sale victorioso, es nombrado comandante de un escuadrón de caballería, mandando una fuerza de ochenta a cien caballos, sometiéndose a una disciplina militar, transitando por toda Navarra y Aragón y participando en cuantos combates hubo entre carlistas e isabelinos.
El 24 de agosto de 1.837 tuvo lugar un enfrentamiento brutal entre las fuerzas carlistas e isabelinas en Herrera y Villar de los Navarros, donde Manolín cayó herido juntamente con su comandante Quílez, y a consecuencia de las heridas ambos murieron. En un folletín de 1.841 se dice: “si el lector va alguna vez al Villar de los Navarros, podrá ver en el camino que sale para Santa Cruz, un montón de tierra y sobre él una cruz de madera: allí descansan hermanados los restos de Quílez y de Manolín”.
Pero el nombre de Manolín no desapareció, su espíritu siguió vivo, incluso en muchos textos aparece como si estuviese aún activo, pues en diciembre del 37, por orden de don Carlos, el primer escuadrón del regimiento de lanceros de Navarra llevaría en adelante el nombre de su antiguo coronel Manolín, en testimonio de los servicios que prestó a su causa este oficial. Su hermano Isidoro Lucus, el fraile, capitán del mismo cuerpo, fue promovido al mando del escuadrón.
El 16 de septiembre de 1.939, “Manolín con su escuadrón”, que se encontraba en Burguete, en desacuerdo con la firma del Convenio de Vergara, entraron en Francia por los Alduides, así como lo hicieron el resto de carlistas discordantes.
Al fin, varios de ellos se debieron acoger al Convenio de Vergara, pues en las cuentas de Pitillas de 1.840 se les asignan ciertas cantidades por las raciones de carne y pan que se debían dar a los combatientes carlistas como eran Remigio Aldunate, natural de San Martín de Unx, casado en segundas nupcias con la pitillesa Úrsula Jané Lacosta; Joaquina Jaurrieta Esparza, viuda de Manolín; y Mª Cruz Aldave Vélez, viuda del soldado de Caparroso, Ramón Pascual Sánchez.
Además de los ya citados, también salió a la facción carlista, durante unos cinco meses, otro hermano de Manuel llamado Ciprián o Cipriano, que fue bisabuelo de Santiago Lucus Aramendía.
Como personas damnificadas individualmente por las acciones guerrilleras podemos destacar a de José Esparza, alcalde, que en la noche del 26 de junio del 40 en que invadió la facción de Valmaseda la villa, le fueron arrebatadas de su propia casa veinte cargas de cebada, nueve talegas, cuatro sábanas y dos colchas, todo ello valorado en 50 duros; en otra crónica se dice que Valmaseda llegó la noche del 25 a las doce a casa de Gómez, en Pitillas, y posteriormente lo hicieron varios facciosos en grupos de doce a dieciséis, que acamparon en las eras hasta la madrugada, en número como de unos 300 caballos y como dos compañías de infantería, que enseguida tomaron un ligero alimento y se marcharon con dirección a Murillo el Fruto, robando gran porción de caballerías. Otros perjudicados fueron Ramón Goñi, Josefa Esparza, viuda, Pedro Sagardoy y Ciprián Lucus, que en el año 1.833 se les arrebató a la fuerza, de sus casas, por el jefe carlista Manolín, al primero dos caballos, y uno a cada cual de los tres restantes.
Pero además las extorsiones en el pueblo fueron, como en el resto de localidades navarras, de lo más habitual, tanto por las bandas de uno y otro lado, como por las tropas nacionales estacionadas en el pueblo, algunas veces, y la mayoría en Caparroso, Olite y Tafalla principalmente, que demandaban continuamente y al momento pan, carne y vino para los soldados y paja y cebada para las caballerías. Todas estas cantidades de alimentos eran pagadas por personas pudientes que poseían en esos momentos los alimentos solicitados o que adelantaron el dinero para comprar los productos. Estas deudas obligaron a los Ayuntamientos a utilizar la propiedad comunal como medio para adquirir dinero y salvar la situación.
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