Desde hace unos días, con motivo del anuncio de la demolición del parque Gezi de Estambul para construir un centro comercial, el pueblo turco está mostrando en las calles su indignación y diciendo basta a las políticas de su gobierno. El viernes 31 de mayo, el mismo día que un tribunal administrativo de Estambul tomó la decisión de suspender dicho proyecto, la policía atacó brutalmente a los ocupantes pacíficos del parque Gezi, utilizando gas pimienta, balas de goma y agua a presión contra los centenares de personas que resistían en las inmediaciones del parque –muchas de las cuales quedaron malheridas–y expulsándolas violentamente del lugar. La agresión de la policía suscitó de forma automática y multiplicada una reacción masiva por parte de los habitantes de Estambul a uno y otro lado del Bósforo. Tras violentos enfrentamientos, la policía se retiró entre los días 1 y 2 de junio perdiendo desde entonces el control de la plaza Taksim. Las batallas callejeras han proseguido día y noche en numerosos barrios del centro de Estambul con un balance de 3 muertos, 4000 heridos y centenares de detenidos producto de la brutal reacción policial.
¿El motivo de este estallido social sin precedentes en las últimas décadas en Turquía son los árboles del parque Gezi? Nada más lejos, los árboles y el parque son ante todo un símbolo. Estas manifestaciones de indignación y rabia son la consecuencia directa del hartazgo de una gran parte de la población turca que proviene en gran medida de que el partido AKP (Partido Justicia y Desarrollo) y su líder Recep Tayyip Erdogan se hayan embarcado en un autoritarismo cada día mas imponente: restricciones sobre el alcohol y las libertades sociales; el proyecto en ciernes para que la ciudad de Estambul se convierta en un Las Vegas (mucho lujo al alcance de muy pocos y poca convivencia para los muchos); el desarrollo de políticas que destruyen el medio ambiente y la paulatina creación de un proyecto de sociedad donde los jóvenes se sienten cada día mas alienados son las razones que hay detrás de este estallido social. Hartos y hartas de ver desfilar milicianos de todo pelaje en sus ciudades, hartas y hartos del sufrimiento de los refugiados sirios y de que, quizá, Turquía se embarque en una guerra porque su gobierno decide apoyar las estrategias de la OTAN. A todo ello hay que sumar las privatizaciones que se ponen en marcha desde 2003 y que se intensifican en los últimos años (la empresa pública de telecomunicaciones, las fábricas de acero, las aerolíneas turcas, la compañía pública de tabacos y hasta el agua de los ríos, los lagos y los estanques, entre otros ejemplos) más los recortes y las políticas de austeridad impuestas por el FMI.
Si bien es cierto que en las elecciones de junio del 2011 supusieron un importante respaldo para el AKP con un 49.8%, la deriva autoritaria de Erdogan le está haciendo perder apoyos entre ciertos sectores de la población, especialmente entre la más joven. A las plazas donde se ha organizado la movilización y la resistencia, además de esta juventud con anhelos de transformación social, han acudido también partidarios de un proyecto muy diferente, de carácter nacionalista-xenófobo, que sale a la calle a rechazar el reconocimiento de derechos legítimos a la población de lengua kurda (promovidos por el actual gobierno) y que añoran una Turquía kemalista controlada por el ejército con un régimen laico y muy despótico. Esperamos que estos sectores no se arroguen el derecho de hablar en nombre de todos los manifestantes y que no sean quienes controlen el movimiento ciudadano, dado que existe un riesgo real de que éste sea instrumentalizado para propiciar una toma de control por parte del ejército y su regreso a la primera línea de la política turca, de la que ha venido siendo marginado por el gobierno del AKP. Ayer, día 5 de junio, un grupo de representantes de los primeros manifestantes que se opusieron a la destrucción del parque Gezi comunicaron sus demandas al viceprimer ministro turco, Bülent Arınç: mantener el parque como zona verde y detener su transformación en centro comercial; no demoler el Centro Cultural Atatürk, situado en la plaza de Taksim y adyacente al parque; investigar y expulsar del cuerpo a los policías responsables de la violencia; prohibir el uso de gases lacrimógenos; poner en libertad a los manifestantes detenidos y eliminar todos los obstáculos que impiden la libertad de expresión.
Desde Izquierda Anticapitalista expresamos, por todo lo dicho, nuestra solidaridad total con el pueblo turco, que al igual que otros movimientos de indignación y por la justicia social en el mundo, lucha contra un proyecto -el del AKP- neoliberal a ultranza y que desprecia las reivindicaciones de democracia participativa de su ciudadanía. Asimismo, nos felicitamos de que las ciudadanas y ciudadanos de Turquía tomen iniciativas políticas y de que el partido gobernante no se otorgue el derecho de decidir de todo y por todas y todos. Finalmente, repudiamos con firmeza la criminal represión de que durante estos días ha hecho alarde Tayyip Erdogan, quien se hace llamar líder de una democracia. Tal y como coreábamos en nuestras plazas y nuestras calles con el Movimiento 15 de mayo, en Turquía también «lo llaman democracia y no lo es».
Izquierda Anticapitalista
No hay comentarios:
Publicar un comentario