Entre las propuestas que Nafarroa Bai 2011 hace al electorado para las próximas elecciones, está la de mejorar la progresividad del IRPF y reducir el grado de discriminación según el tipo de renta. Hay una cuestión que tiene que ver tanto con la progresividad como con la discriminación y es el diferente tratamiento de las rentas del trabajo y del capital. Desde hace años, dos personas con la misma renta neta no tienen por qué pagar los mismos impuestos, como parece que una mínima noción de equidad debería exigir. Concretamente, se paga más si las rentas son del trabajo. El gráfico muestra la evolución del tipo medio de gravamen a medida que aumenta la renta. La línea roja corresponde a rentas del trabajo (salarios) y la azul a rentas del capital. Para rentas reducidas apenas hay diferencia, que aparece y se incrementa al aumentar la renta. Para una renta neta de 60.000 euros, la diferencia es de un 50% en contra de los salarios (teniendo en cuenta, además, que para obtener esas rentas del capital hace falta un patrimonio de cierta entidad).
Es cierto que la mayoría de los países de nuestro entorno, si no todos, tratan de forma distinta rentas del trabajo y del capital. La razón, o excusa, es que el capital es muy móvil y puede deslocalizarse con facilidad. Una segunda razón, anclada en postulados teóricos discutibles, es que esa menor presión fiscal favorece el ahorro y, por tanto, la inversión, el crecimiento económico y, de rebote, el aumento de la recaudación tributaria.
En el otro lado de la balanza está el hecho de que son los salarios los principales sustentadores de la recaudación por IRPF, en un porcentaje muy superior a su participación en la renta, mientras que los recortes que se vienen produciendo en el Estado de Bienestar y las prestaciones sociales perjudican sobre todo a los asalariados.
Es cierto que la aproximación del tratamiento fiscal de las distintas rentas deberá abordarse con prudencia, dada la actual situación económica; y que probablemente no será posible la equiparación completa, al menos a medio plazo. Pero no se puede apelar a la fe en el mito de la mano invisible (de darle al mercado la rienda suelta que muchos reclaman estamos condenanos a repeticiones periódicas de cuanto ahora padecemos) o al miedo a la globalización para consagrar o incrementar desigualdades, siempre en perjuicio de los mismos sectores sociales que, paradójicamente, contribuyen a alimentar el sistema en una proporción muy superior a la de quienes obtienen otros tipos de renta. La presión fiscal sobre los salarios es comparable a la de cualquier país europeo, escandinavos incluídos. No está ahí el problema.
Juan Carlos Longás, en Quaterni
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