Jesús y yo nos conocíamos desde hacía muchos años. Cuando tocaba andar por aquel paraje, siempre pegábamos un rato la hebra.
Fue un pelotari importante en su juventud. Con dos buenas manos y un estilo elegante, era una delicia verlo moverse por el frontón. En nuestras conversaciones siempre salía a relucir el partido que le ganó a Yeregui, pelotari fino de Alsasua, en el Ereta. Jesús ganó a base de pundonor. Yo le decía que también le echó una mano Vicente Furtado con el material. Él se reía picarón, pero no me lo negaba.
Era desconfiado con las visitas, pero si conseguías su amistad te abría su casa y su corazón. La última fiesta de la Sociedad de Montaña que hicimos en Santa Zita, tenía que irse de viaje. Me dejó la llave de la ermita y de la casa porque, según me dijo, “se fiaba”.
Un año que salimos a dar la vuelta a Tafalla a primeros de Abril, nada más pasar Pozuelo empezó a nevar. Algaradas intensas que presagiaban un día imposible de campo. En la cruz de los de Pueyo, el suelo estaba blanco. Por la, entonces, senda que bajaba escondida en medio del pinar, llegamos a la ermita y allí estaba el bueno de Jesús. Acogedor y dicharachero. En la casa, la chimenea quemaba, alegre, los tronquillos de encina. Nos sentamos y nos calentamos. Por el ventanuco de la cocina se veía caer
Hace años le detectaron hipertensión y se le acabaron los almuerzos a base de chistorra y magras. Como él decía:
- Ahora, cuando llega la hora de almorzar, me como una manzana. La perrica se sienta a mis pies y mirándome parece que piensa “¡qué triste es
Me duele la muerte de Jesús, ermitaño, pelotari y amigo. Volveremos a Santa Zita, pero aquello ya no será lo mismo. Descanse en paz el hombre acogedor y, a su manera, afable, con el que tan buenos ratos pasamos.
Javier Torralba (La Voz de la Merindad(
No hay comentarios:
Publicar un comentario