miércoles, 20 de febrero de 2013

TESTIMONIOS SOBRE LOS FUSILAMIENTOS DE LA CANTERA DE BERA


Aunque por problemas derivados con la construcción en los años ochenta de fosas particulares encima de la mayor parte de la fosa común primigenia, solamente se han podido recuperar restos de siete asesinados, un informe de la Guardia Civil transmitido por el Gobierno Civil de Navarra en enero de 1959, en cumplimiento con la orden de localización de fosas comunes de la guerra para el traslado de restos al Valle de los Caídos, hablaba de la existencia de restos de unos 130 ejecutados en la misma. 

Ni en el informe referido, tal y como señala la lesakarra Ana Rekondo que al igual que en otras cuestiones relativas a otros asesinados en ésta también ha dado pruebas de su extraordinaria tenacidad y perspicacia, ni en nuestras investigaciones acerca de la materia se han conseguido más datos sobre los nombres de los asesinados porque ni en el archivo municipal ni en el archivo del juzgado de paz de la propia localidad hay ningún documento al respecto como resultado, sin duda, de una exhaustiva labor de expurgo documental sobre la materia. 

Aunque Iñaki Egaña, uno de los elaboradores del informe, recoge la hipótesis, que ya mencionaba en una obra anterior, de Andoni Astigarraga de que los fusilamientos de Bera tuvieron lugar los días 17, 18 y 19 de enero de 1937, él mismo apunta, en conformidad con los datos aportados por los registros civiles de varias localidades guipuzcoanas relativos a una docena de fusilados en la cantera de Bera, que los asesinatos acaecieron en el otoño de 1936. La secuencia de esos asesinatos habría sido a tenor de esos datos la siguiente: 13 de septiembre (1), 14 de septiembre (1), 22 de septiembre (1), 27 de septiembre (1), 3 de octubre (1), 13 de octubre (1), 15 de octubre (1), 15 de noviembre (4), 17 de noviembre (1). 

Seguidamente se reproducen diversos testimonios literarios acerca de los fusilamientos de la cantera de Bera. Cuatro de ellos pertenecen a la familia Baroja y se ordenan según el orden aproximado en que fueron redactados. Como se ve, todos esos testimonios están entrelazados entre sí y muestran que se habrían basado en unos mismos informantes para ofrecer los detalles que suministran. El quinto testimonio corresponde a un obrero de la Fábrica de Fundiciones de Bera movilizado a mediados de agosto de 1936 y que fue entrevistado a los pocos meses, recogiéndose su testimonio en un volumen recopilado por José Miguel de Barandiarán. Todos ellos sirven para ubicar cronológicamente los fusilamientos de la cantera de Bera en el otoño de 1936, tras la toma de Irún y de San Sebastián. 

El primer testimonio es de Carmen es el de Carmen Baroja y Nessi, hermana de Pío y Ricardo y madre de Julio y Pío Caro Baroja, en su autobiografía Recuerdos de una mujer de la generación del 98 (Barcelona, Tusquets, 1998). Entre las páginas 172-173 narra lo siguiente: 

“Luego en noches sucesivas se hablaba en el pueblo, con gran misterio y por los rincones, de los camiones que llegaban de noche y paraban en la cantera que hay camino de Lesaca: 

- Sí, esta mañana ha venido el nuestro con unas hermosas botas y un jersey... 

- Creo que han sido treinta, ayer no fueron más que doce … 

- Allí estaba el alcalde, para que no quedara rastro por la mañana... 

- Dice que son casi todos ferroviarios... 

La gente que vivía en los caseríos de encima de la cantera salía de noche de sus casas para no oir las ametralladoras ni los lamentos. Los chiquillos del pueblo iban a escarbar en la tierra y encontraban allí hebillas de cinturón y algún encendedor. Afortunadamente, nuestra casa queda a más de dos kilómetros de este sitio siniestro. En el cementerio ya no quedaba sitio para enterrar a la gente”. 

El segundo testimonio es el de Pío Baroja en su obra La guerra civil en la frontera, publicada por Caro Raggio en 2005 y redactada coetáneamente o en los años posteriores a la luz de anotaciones hechas entonces y de informaciones suministradas por otras personas. Entre las páginas 153 y 154 señala “Parece ser que la cantera de Vera es un lugar de fusilamiento, que va tomando unas proporciones horribles. Se fusila de noche. El alcalde del pueblo, un indiano, gordo con aire estúpido, se presta a ayudar en las ejecuciones generosamente, y va con un farol a iluminar el sitio donde se mata. ¡Qué bajeza!”. También se refiere equivocadamente al asesinato del abogado irunés Nicolás Guerendiain en la misma cantera de Bera. 

El tercer testimonio es de Julio Caro Baroja y fue publicado en su obra Los Baroja(Madrid, Taurus, 1972) en la página 320: “Hubo unos días, después de la toma de San Sebastián y de amplias zonas de Guipúzcoa, en que se hizo famosa la cantera de Vera, que queda a la salida del pueblo hacia Pamplona. Era entonces un monte mucho menos socavado que hoy, pero que ya dejaba un anchurón, producido por las extracciones de piedra. Allí llegaban por las noches camiones con hombres de Guipuzcoa para ser fusilados”. “Frente a la fábrica del pueblo, en una antigua cantina, vivían dos amigos nuestros, y, uno de ellos, el tenor Isidoro Fagoaga, tuvo una crisis nerviosa a causa de lo que oía en aquellas noches trágicas”. 

El cuarto testimonio es de Pío Caro Baroja. En su obra Itinerario sentimental (Guía de Itzea) (Pamplona, Pamiela, 1996) entre las páginas 144-145 habla de los fusilamientos de la cantera y los data “después de la toma de Irún de la entrada en San Sebastián, el día 15 de septiembre”. “La cantera de Vera es un alto frontón de granito -en esa época mucho más reducido que actualmente- situada a la salida del pueblo camino de Pamplona, junto a la primera curva de la carretera”. “Todas las noches de la una a las dos de la mañana llegaban varios camiones con los focos apagados desde la zona que los franquistas iban dominando. Como el puente de Endarlaza estaba cortado venían por la vía del tren -a la que habían quitado los raíles- que está al otro lado del río”. Al llegar a la cantera, “saltaban inmediatamente con sus fusiles, algún oficial y se les unía un grupo de paisanos del pueblo entre los que se distinguía un grueso individuo portador de un farol”. “De detrás de la caja a culatazos iban bajando los presos, gente vestida de azul, de todas las edades, que suplicaban, lloraban o se mantenían erguidos. Los traían atados y si ofrecían resistencia los tiraban empujándoles desde la caja del camión al suelo. Luego los colocaban frente a los faros del coche y desde los laterales del vehículo los iban disparando como podían hasta que quedaban tendidos en el suelo, entonces el motor dejaban de tronar, un oficial se acercaba, empujaba con el pie los cuerpos hasta descubrir sus caras y los iba rematando uno a uno con una pistola chiquita con cachas de nácar. Después los paisanos ayudaban a cargar los cadáveres y uno de ellos se montaba en la cabina para indicar al chófer dónde estaba el cementerio del pueblo, en donde les enterraban en la zanja”. “Yo sé, porque lo he oído decir, que había algunos de los condenados que intentaban quitarse la vida en el camino, pegándose golpes con la cabeza contra la caja del camión, sé que hubo alguno que herido llegó arrastrándose hasta el río, y de muchos que murieron con la frente erguida de espaldas ...pues a pesar de tener los ojos vendados tenían los criminales temor a sus miradas”. “Cuando terminaban con todos los que habían traído, la cantera quedaba en silencio, el hombre del farol y sus acompañantes trataban de borrar todo residuo de sangre o algún otro resto delatador de los asesinatos”. 

Anteriormente, se había referido al alcalde del pueblo con estas palabras: “El alcalde republicano del pueblo, hombre que pesaba a la sazón más de ciento treinta kilos, ante los hechos y la presencia de paso de Beorlegui y por el gran temor, se presentó al oficial que estaba en el hotel del pueblo en la misma carretera a Pamplona y allí, de rodillas, y ante tres o cuatro oficiales más confesó su equivocación de ideas, pidió perdón suplicante y testimonió que él siempre había ido a misa como el primero, que había sido buen católico y que siempre y en todo momento había defendido la causa del carlismo, aunque para ello y para ser más efectivo había aceptado aquel cargo de la alcaldía. Beorlegui, ante aquel mar de lágrimas hecho en sincera confesión se apiadó y le revalidó el título. El alcalde le besó las manos y probablemente en un acceso de entusiasmo les abrazaría y les invitaría a café y copas y acto seguido daría cuenta de los elementos peligrosos del pueblo y de la forma de apoderarse de ellos si es que quedaba alguno, pues él mismo había visto subir aquella mañana camino de Francia a tres o cuatro jóvenes que pertenecían al Círculo republicano como los de Oroz, los Apat y algunos otros (…). Pero no todos se escaparon, alguno cayó como Seminario, que había intervenido en las conversaciones de los obreros republicanos y los guardias civiles del pueblo, y otros dos más que se encontraron con el tiempo” (pp. 141-142). 

Por último, el testimonio de Santos Echeverria, recogido por Ignacio Azpiazu en Ascain junto con otros 135 testimonios recopilados por José Miguel de Barandiarán en el libro editado por el Instituto Bidasoa en 2005 con el título La guerra civil en Euzkadi. El testimonio de Echeverria, situado entre las páginas 223 y 225 de ese volumen dice lo sigueinte: 

“Yo estaba en Vera (Navarra) cuando estalló la Revolución. Vera es un pueblo, cuya opinión política está dividida en: Requetés, U.G.T., Unión Republicana y Partido Nacionalista Vasco. No puedo calcular el volumen de cada una de estas opiniones. A mí me sorprendió el movimiento. El lunes siguiente al 18 de julio yo fui a trabajar como de costumbre a la Fundición de Vera, donde haciendo una labor dura entre polvo y sudores durante 8 horas diarias ganaba 6 pesetas al día. Entre los obreros iba ganando terreno la idea socialista debido principalmente a que éramos deudores a la República de las pequeñas mejoras que habíamos conseguido. Antes de la implantación de la República trabajábamos 12 horas diarias y yo ganaba 3 pesetas, pues bien – como digo yo – fui el lunes a trabajar y pronto hubimos de interrumpir nuestras labores porque unos obreros de Irún armados de pistolas y escopetas se presentaron en la fábrica invitándonos de buenas formas a la huelga, que se había organizado con motivo de la sublevación de los militares. Estos milicianos fueron dueños de Vera durante todo el día y toda la noche del lunes hasta las 6 de la mañana del martes, hora que marcharon a Endarlaza. Ningún acto de violencia cometió, a nadie molestaron ni detuvieron. A la seis y media del martes entraron los requetés. Entre gritos de guerra y gestos de amenaza. Enseguida asaltaron los centros políticos contrarios a ellos; robaron cuanto en ellos encontraron y arrojaron por las ventanas sillas y mesas. Registraron todas las casas de los que no eran carlistas y detuvieron a muchos, entre ellos a sus maestros nacionalistas vascos, cuyos nombres no conozco, a un tal Echenique, a D. Faustino Martínez, a Aldazábal apodado “Pistolas, a Cesáreo llamado “Sin rival” y a un carabinero. A todos los llevaron a Pamplona y fusilaron a D. Faustino Martínez, a Pistola, a Sin rival y al carabinero. Muchos hombres fuimos a Francia, yo entre ellos y a todas las familias pusieron en el trance de o reclamarnos a su lado o salir del pueblo. A mi padre le dijeron que si no volvía a Vera en el plazo de 24 horas fusilarían a él. Al llegar a mí esta noticia volví inmediatamente a Vera. Mi primera impresión fue de temor. Supe enseguida que se habían cometido muchos crímenes. Detenían diariamente 10-20 rojos y nacionalistas, los llevaban a la cantera denominada “Argaiztzeko Arrobia”, los ataban de pies y manos y los tenían allí durante todo el día. A todos los que por allí pasaban se les obligaba a detenerse y a mirar a los que estaban prisioneros en la cantera. Eran requetés y falangistas los que así obligaban a los viajeros al grito:” Vista a la derecha”…” Vista a la izquierda”. A la noche fusilaban a los detenidos a los cuales se les daba sepultura en el cementerio o en el lugar llamado “Bartzalekua”, según que los ajusticiados se hubieran confesado o no. Algunos hombres de Vera se veían obligados por los requetés a hacer de enterradores. Entre ellos mi padre. 

Yo estuve escondido en mi casa desde que llegué hasta que fui llamado a frentes el 6 de agosto. Los que más se distinguieron en Vera como entusiastas del movimiento fueron D. Ángel Garín, que costeaba a los requetés a esplendidos banquetes y al P. Fernando que se dedicó a reclutar voluntarios. Este religioso iba vestido con uniforme de requeté y llevaba al cinto una pistola. El 6 de agosto fui a Pamplona en calidad de soldado. En Pamplona solían matar mucha gente. El público conocía el lugar y la hora de los fusilamientos y solía asistir a las ejecuciones en masa especialmente señoritas. A todos horribles espectáculos y para poner orden solíamos ir 10 ó 15 soldados de cada compañía. Yo fui una vez. Aquella mañana fusilaron a dos fornidos muchachos”. 

Finalmente, Echeverria, a finales de la primavera de 1937, conseguiría regresar a Bera desde el frente en Vizcaya y pasar desde allí a Francia.

Los fusilamientos de guipuzcoanos afines a la legalidad republicana en la cantera de Bera, convirtiendo a este lugar en un auténtico icono por la magnitud de lo vivido allí, también debe contemplarse como una prolongación hacia el exterior de la represión franquista en Navarra. Existen testimonios de la actividad represora de franquistas navarros en los centros de detención de San Sebastián tras la toma de esta ciudad, incentivada desde luego por los mensajes de depuración publicados por la prensa navarra en aquel trágico otoño de 1936.

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