lunes, 2 de enero de 2012

CONVIVIR ENTRE DIFERENTES

Llega el final de año, y es, siempre, un buen momento para el balance, para la reflexión y para proponer nuestros deseos y nuestros retos e ilusiones, que deseamos ver materializados en el nuevo 2012. La crisis nos aprieta, pero vamos a ser capaces de salir adelante. Seguro. Hay que recuperar un clima de confianza, trabajar por encima de las aspiraciones individuales, civilizar entre todos el futuro colectivo y pensar que si hacemos las cosas bien, con motivación, con ilusión y con profesionalidad, cada uno en su parcela de responsabilidad familiar, social y profesional, lograremos superar este duro ciclo que queremos dejar atrás.

Y junto al compromiso que en el ámbito socioeconómico supone como sociedad superar esta dura meseta de depresión económica, tenemos otro importantísimo reto, del que depende en buena medida el futuro de nuevas generaciones en Euskadi: podernos mirar a la cara sin odio ni rencor, ser capaces, con mayor o menor empatía personal, de hacer realidad el sueño de una convivencia social y personal normalizada. La base ética de mínimos, la premisa para alcanzar este objetivo pasa por reconocer, sin ambages, que amenazar, chantajear, amedrentar y por supuesto atentar contra la vida o la integridad física de cualquier persona es, ha sido y será, sencillamente, inadmisible, insoportable e injustificable. Y hay una parte de nuestra sociedad vasca que todavía es incapaz de afrontar sin matices ni condicionantes este fundamento esencial para poder en vivir en sociedad. Cada vez cuesta más soportar discursos formalmente asépticos que evitan, mediante el recurso a eufemismos, abstracciones y a un lenguaje político tan superado como previsible, llamar a las cosas por su nombre. Pero hay que convivir.

Buena parte de las dificultades para la convivencia política en Euskadi procede de las diferentes identificaciones nacionales, con todos sus matices y modos de sentir la identidad. En términos de convivencia, el denominado «conflicto» no se ha traducido, afortunadamente, en la configuración de dos comunidades enfrentadas. El llamado «choque de identidades» se vive de forma más tensa y dramática en las élites políticas y en los medios de opinión que en la propia sociedad. En ésta, y sin dejar de reconocer la existencia y la importancia de tales diferencias, las cosas se viven con más naturalidad y con menos dramatismo. Eso no significa que no haya déficits de integración en nuestra sociedad. Existe una importante fragmentación, con grupos encerrados en sí mismos y sin relación entre ellos o al menos con relaciones tan infrecuentes como crispadas. Somos diversos, aceptamos la diversidad, pero en nuestra sociedad vasca hay muchas personas que conciben la diversidad como una anomalía provocadora de problemas más que como valor enriquecedor y positivo.

El reto de la convivencia pasa por reconocer empática y recíprocamente al diferente. Estigmatizar al que no secunda tu proyecto político, marginar social y políticamente a quienes no comulguen con la orientación socialmente mayoritaria, construir bloques cerrados frente a otros sectores sociales no es el camino hacia una verdadera construcción nacional. Esta orientación ha fracasado cada vez que unos u otros lo han intentado. Enfrentar siempre suma más apoyos populares que el intentar tender puentes entre diferentes. Pero esa orientación frentista suma sólo al principio, porque mantiene unidos a los propios, pero luego es incapaz de ensanchar la base social de un proyecto, sin la cual no puede salir adelante. Lo negativo vende más que la pretensión constructiva de trabajar por tu proyecto político y de país sin componer trincheras desde las que solo escuchar el eco de tu propia voz, marginando o despreciando al que opina diferente.

¿De qué manera deberíamos vivir nuestras identidades y nuestras identificaciones para que no se resienta la convivencia en la sociedad vasca? Fundamentalmente, con conciencia de que nuestros sentimientos de pertenencia son valores a preservar de carácter no absoluto. La identidad debería ser plenamente compatible con el valor del encuentro y, al mismo tiempo, impedir la absolutización de lo colectivo, ya que los derechos de las naciones no se construyen contra los derechos de las personas.

La convivencia en la sociedad vasca requiere que seamos capaces de formular y compartir una identidad vasca capaz de integrar la pluralidad de sentimientos de pertenencia e identificaciones que coexisten en esta sociedad compleja, y que sintamos y compartamos esa identidad plural sin que nadie tengamos que renunciar a nuestros elementos identificadores. Una identidad plural que se asiente en el sentimiento de pertenencia a una comunidad o colectividad (la vasca) que asume y preserva sus elementos singulares y específicos como factores que fortalecen la convivencia de la comunidad y constituyen una aportación propia a la humanidad.

La identidad de las naciones es más fuerte cuanto más apueste por ser abierta, integradora y respetuosa con sus diferencias interiores, porque una nación cívica debe basar su fuerza en una concepción inclusiva de la identidad, como sociedad de ciudadanos, que valora su pluralismo interno y su complejidad social.
Juanjo Álvarez, en El Diario Vasco

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